jueves, 23 de noviembre de 2017

LA DANZA DE LAS MANOS - LA DANZA DEL AMOR

En su caminar, ella ofrecía sus pasos a su danza solitaria, sutil y tenue, aclamando fútilmente la compañía de un amor oculto, en algún lugar que ella no lograba vislumbrar, en alguna parte donde su quejido hiriente se depositaba inerte, en el aire que envolvía a su amado perdido, extrañado, y siempre recordado.

Ella, desnuda y límpida se desdibujaba en la expresión de su alma, bañada en su aroma de ternura y de ensoñación incipiente. Era la figura de la musa de algún corazón, de algún ser que de seguro la buscaba, que la soñaba, que la anhelaba, tanto como ella le añoraba a él.

Y mientras sus gestos, su poema, su cuerpo, se transfiguraban en la oscuridad de sus temores, soltando las cuerdas que tanto la sujetaban y la limitaban, apareció otra silueta lenta, suave, dulce...


Su belleza la deslumbraba, su revoloteo se entrelazaba con su baile eterno, y se observaban, y se reconocían en cada movimiento, en cada aspaviento, en un ademán de reencontrarse profundamente, de sentirse, de entregarse a aquel perfecto momento.

Sus deseos de fundirse, de convertirse juntos en una sola forma de existencia, en una obra de arte creada por sus almas, por sus corazones ávidos de amarse, les llevaron a enredarse el uno con el otro, combinando sus auras, sus energías, su materia física, sus melodías internas, intensamente, completamente.

Eran un sólo ser, aunque eran dos cuerpos, eran un sólo corazón, aunque eran dos almas, eran la impecable unión que tanto habían esperado, eran la pasión, el don de la verdad del amor más sagrado, el cielo nacido en sus manos, el infinito manifestándose en sus esencias, la divinidad convertida en la realidad de sus existencias humanas.

Ambas consciencias eran y serían independientes, ambas únicas y completas, ambas libres y enamoradas, ambas escogiendo amarse liberadas y trenzadas como luces que se funden y que crean luminiscencias unificadas.

Y la danza continuó al unísono de un latido que fue componiendo el ritmo genuino de su pureza, de su impoluta unión en un amor consciente, verdadero y consagrado.

Arael Elama.

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