En su caminar, ella ofrecía sus pasos
a su danza solitaria, sutil y tenue, aclamando fútilmente la
compañía de un amor oculto, en algún lugar que ella no lograba
vislumbrar, en alguna parte donde su quejido hiriente se depositaba
inerte, en el aire que envolvía a su amado perdido, extrañado, y
siempre recordado.
Ella, desnuda y límpida se desdibujaba
en la expresión de su alma, bañada en su aroma de ternura y de
ensoñación incipiente. Era la figura de la musa de algún corazón,
de algún ser que de seguro la buscaba, que la soñaba, que la
anhelaba, tanto como ella le añoraba a él.
Y mientras sus gestos, su poema, su
cuerpo, se transfiguraban en la oscuridad de sus temores, soltando
las cuerdas que tanto la sujetaban y la limitaban, apareció otra
silueta lenta, suave, dulce...
Su belleza la deslumbraba, su revoloteo
se entrelazaba con su baile eterno, y se observaban, y se reconocían
en cada movimiento, en cada aspaviento, en un ademán de
reencontrarse profundamente, de sentirse, de entregarse a aquel
perfecto momento.
Sus deseos de fundirse, de convertirse
juntos en una sola forma de existencia, en una obra de arte creada
por sus almas, por sus corazones ávidos de amarse, les llevaron a
enredarse el uno con el otro, combinando sus auras, sus energías, su
materia física, sus melodías internas, intensamente, completamente.
Eran un sólo ser, aunque eran dos
cuerpos, eran un sólo corazón, aunque eran dos almas, eran la
impecable unión que tanto habían esperado, eran la pasión, el don
de la verdad del amor más sagrado, el cielo nacido en sus manos, el
infinito manifestándose en sus esencias, la divinidad convertida en
la realidad de sus existencias humanas.
Ambas consciencias eran y serían
independientes, ambas únicas y completas, ambas libres y
enamoradas, ambas escogiendo amarse liberadas y trenzadas como luces
que se funden y que crean luminiscencias unificadas.
Y la danza continuó al unísono de un
latido que fue componiendo el ritmo genuino de su pureza, de su
impoluta unión en un amor consciente, verdadero y consagrado.
Arael Elama.