De
la mano de mis sombras, llegué a un puerto para llorar los ayeres,
para abrazar los mañanas, para besarle la frente al ahora, y así,
permitirme navegar en mis silencios sola, dibujando mi huella al
pasar por los caminos vacíos que iba colmando con el fulgor de mis
manos, temblorosas por no saber en qué lugar deberían colocarse
para que su calidez no se enfriara con el paso del tiempo.
Lento
y perenne se dibujaba mi paso; frágil e indemne florecía mi alma en
cada centímetro de mi cuerpo, en un eterno presente, convulsionado
por una metamorfosis inherente a lo que yo era, soy y seré siempre,
un espíritu que vuela libre desde el amor y para el amor, desde la
vida y para la vida, desde la magia y para la magia, para existir sin
más lamentaciones, sin más lágrimas heridas.
Y
es que mi llanto no era por un sufrimiento concreto y anclado en mi
corazón exultante, sino que se erigía por una anhelada osadía que
se me escapaba en cada suspiro, en cada amanecer, en cada poesía
pintada con los tonos de mi esencia, con mi propio brillo, con el
aroma de mi energía, ésa que es mi sello, mi firma, mi única
identidad, la más divina, la más antigua, la que esconde un gran
amor y lo preserva de las inmundicias, incluso de las que entre mis
sombras más oscuras a menudo han intentado tocarlo y contaminarlo con sus
mentiras.
Y
en ese mar de orillas turquesa, me desmayé sin fuerzas, entre las
olas tranquilas, y me rendí, me rendí para no luchar más contra lo
que sentía, contra lo que ya sabía, que no era mío el control de
mi alma, no era mío su destino, sino de ella, y debía dejarme
llevar, fluir en el río de su sabiduría, soltar, y debía
permitirme soñar, volar, cantar, danzar, y experimentar por fin la
felicidad.
Y
al despertar sentí mis alas, agitándose con dulzura, suaves, plateadas, fulgurantes, magestuosas, y mi cuerpo débil de mujer, se
había transformado en algo más etéreo, algo similar a un ángel, o
tal vez a una mariposa naciendo de su crisálida, siendo más sutil,
más luminosa.
Fui desapegándome del control, enamorada de mi nueva condición, de mi
libertad, emanando una estela de mágicos versos azules como zafiros,
y atravesé esta dimensión en la que me vencían los miedos, aprendí
a amarlos y a no temerlos, a descubrirlos como aliados, y entonces
supe que que soy el cielo, y lo eterno, soy los mares, y la tierra,
soy el universo al completo.
Surcar
el infinito, en plenitud, aprendiendo a ser lo mejor de uno,
guiándote con tu propia luz, y ver el mundo desde lo más alto que
puedas alcanzar, rozando a veces el límite de lo interminable, y
otras veces descendiendo en momentos de debilidad, es lo más hermoso
y bello que podría ocurrirte, mas cuando te acercas a tu propia
divinidad, el vuelo te conduce a una soledad, llena de calma, a
veces nostálgica, otras envuelta en paz, porque no muchos se atreven
a elevarse, a ascender por encima de su propia mendacidad...
Ya
las sombras se fundieron con mi verdad, ya no son penumbra, ahora son
amor y claridad.
Arael
Elämä...
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