sábado, 22 de noviembre de 2014

REGRESAR A MÍ


Ávida de sentir la plenitud de la esencia que recorre mi cuerpo, salí de él para buscar lo que creía que podía completar mi camino.
He surcado mares, he saltado abismos, he volado libre con mis alas desplegadas, cautelosa para que el viento no se percatara de mi invasión en la miríada de su reino, donde bellas sílfides guiaban mi grato ascenso en aquella travesía afortunada.

He soñado sublime alcanzando la cima de mis anhelos, rozando la alegría del momento embriagador que supuso desnudarme de lo que inventé para jugar en el campo de los espejos.
He sido universo, despojada de la mentira, de la alucinación producida por el encantamiento de las verdades ilusorias, desprendiéndome del dolor, de la cúspide de mis lamentos, para ser una nueva versión humana de lo que había estado siendo, para ser más alma y menos pensamiento, para ser más amor y menos sufrimiento, desterrando el miedo.

Volé y volé, soñé y soñé, busqué y busqué, y sin saberlo, en un instante equivocado, me alejé de todo lo que estaba persiguiendo.

Y es que en el paso de mis ensueños, en el cruce de los mundos de la materia y de lo etérico, se me extravió la esperanza en un desencuentro. La confianza se derramó entre mis dedos como agua volátil, como verso sin principio, como hoja oscilante entre ráfagas de huidizas brisas que me apartan de lo que mi corazón escribe en un papel de dulces canciones, que fueron dictadas por el amor que me tiñe de poemas, me cubre de flores y me pinta la voz con el tono del edén que vive en mí porque en él mil veces he renacido.

Sin la fe que se ungía en mi pecho, sanando cada rasguño que al caer en mi corazón se hundía en lo más profundo de mi amor impoluto, la triste afección de mi alma se hacía presente sin que me diera cuenta, lenta, indeleble, dispuesta a destruirme.

Y como ángel caído sobre el mar del desconsuelo, del esperpento, del desasosiego, compungido y pereciendo, levanté la mirada y me observé ajena a mí centro, en la extraña lejanía de lo que había estado siguiendo.


Regresé, volví a mi propio universo, para lograr que el amor fuera mi brújula de nuevo, para que en mis lágrimas ya no hubiera más el desencanto. Ante mi infección por la mezquindad de lo austero, del equívoco por el desierto voraz que imaginé para atravesarlo luchando por amar en un lugar insincero, me erigí de nuevo, para no ser dañada más tiempo por la cruel y extrema condición de la desértica bruma de mis pensamientos, dunas y sol, frío en la noche en la que se regocijaba mi ego.

Regreso a mi templo...para ser la diosa que fui, creada por amor hacia mi presencia en alguno de mis cuentos...

Y es que me perdí buscándome en un paraíso yermo, en la aventura de hallar de nuevo al dios divino que quebró mi desolado llanto, fúlgido inventor de mis estimados versos, que amanece en mis besos y caricias silenciosas que se me escapan en el tiempo, enclave eterno de mi esencia completa, corazón unido a mis latidos que lo atesoran y lo cuidan, deidad que duerme en la mendacidad de un mundo abrupto, escarpado, inaccesible para un ángel destronado y olvidado.

Hoy, tras hundir mis ojos en la falacia de las realidades que ante mí se imponen sin reservas, veo mi derrota, me rindo, entrego mi miedo a los avatares que me acompañan, reniego de ser sometida a los designios de mi ego, me elevo, me enfrento al fuego, al hielo, al trueno, soy más fuerte porque ahora, con mis alas mojadas, también vuelo.

Y en el olvido seré recordada, y en la muerte, seré renacida, y en mi pérdida, seré recuperada, y en mi partida, seré la diosa que por fin regresa a salvarse de su propia guerra, urdida para aprender a ser una mujer liberada, un alma libre que vive como una humana, poder de la feminidad de la fuerza energética que en mi corazón se despierta para alcanzar la nueva humanidad creada.

Arael Líntley

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