Corroídos
por las lágrimas de la esperanza herida, sus ojos se cerraban ante
el presagio de la inminente noche que la acechaba. Como pétalos
humedecidos, se se desmayaban sigilosos los párpados cansados sobre
sus pupilas vencidas.
Y
las imágenes de sueños e ilusiones se iban formando entre sus
pensamientos conscientes, que se alejaban de su mente para dar paso
al ensueño, ese espacio del no tiempo que se elevaba ante ella
cuando su cuerpo se entregaba a los etéricos mundos de morfeo.
Sucumbiendo
al efecto de la fantasía perenne de sus anhelos, se adentró en el
paraíso descalza, sin las vestiduras de su ego, de sus experiencias
vividas, sola, con su alma desnuda, dispuesta a sentir, aunque
evadida y oculta de la realidad que otros habían inventado para que
muchos la creyeran verdaderamente real.
Allí,
entre las flores, sentada bajo la luz de las estrellas que relucían
en un cielo púrpura y dorado, se convirtió en semilla.
Y
germinó en los campos del amor, para ser por fin una galaxia
sembrada en un jardín de estrellas florales, planetas de perlas
esculpidas y orquídeas.
Dispuesta a crecer y a confiar, y arraigada a su nueva condición de experiencia de vida, se olvidó de la esperanza que sintió en su corazón un día, en otro lugar ya relegado a un pretérito que no le pertenecía.
Dispuesta a crecer y a confiar, y arraigada a su nueva condición de experiencia de vida, se olvidó de la esperanza que sintió en su corazón un día, en otro lugar ya relegado a un pretérito que no le pertenecía.
Insignificante
mentira la que se reconocía cuando sus pétalos se abrían
enamorados de la vida, esquiva verdad que se dormía en sus raíces
en la tierra sumergidas.
Y
al conocerse y saberse, siendo consciente de su existencia, giró en
espiral hasta desapegarse de sus miedos, para huirse, para regresarse
a sí misma de nuevo, para no reflejarse más en los resquicios de la
manifestación terráquea de sus versos.
Poemas
subyacentes en cada canción del alma de su esencia de flor de
primavera, aquella de antaño ya olvidada que nació sonriente, mas
apesadumbrada por la carga del dolor pasado.
Boicoteando
sus principios de amarse para siempre, se rindió ante su propia
desidia y disparó la bala del desencanto para morir sobre sí misma
en un sueño siempre deseado.
No
despertará la princesa con un beso apasionado, nadie ungirá su pena
con el bálsamo de una nueva promesa, el eterno sosiego de lo
intangible se mecerá en su alma para recordar junto a ella que el
amor puede existir entre dos mundos opuestos que vibran al unísono.
Arael
Líntley
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