En
mil planetas pude hallarte,
en
las respuestas de tu alma,
en
las cortinas que nos separaban,
en
laberintos ambiguos
en
la noche, el día, el sol,
en
la luna y en el alba,
en
todo eso eras presente,
te
añoraba y te recordaba,
te
vestía de mis sombras
para
llorarlas en la alborada,
te
desnudaba de ellas
tras
descubrir que era yo
quien
siempre las fabricaba,
te
suplicaba clemencia
para
que me reencontraras,
te
desmayaba mis besos
ante
tu boca que los rechazaba,
te
perseguía en intentos
de
que al mirarme vieras
por
fin el reflejo de tu llama...
Y
tras sufrir la caída del dolor,
tras
llorar el camino del perdón,
tras
morir en mi cuerpo
deseando
e implorándote tu amor,
caí
rota en mil espacios, en mil
luces
de estrella que se desvanecían
en
tu mente, en tu corazón,
ahogué
mis sueños en tu ausencia,
maté
con mis heridas la piel
que
cubría la oportunidad
de
amarte en este absurdo lugar
en
esta ilógica demencia...
Creí
buscarte, creí sentirte
más
allá del viento y del aire,
amé
quererte, amé saberte,
y
entre luces de colores
escogiste
no beberme,
elegiste
perderme, antes,
mucho
antes de tenerme...
Y
supe así que ya no podía esperarte...
En
la acérrima búsqueda
del
cáliz del amor sagrado,
primero
hallé la desgracia
de
sentir que el ser amado
tan
anhelado, tan venerado,
no
poseía el don de saberme,
ni
vería lo que no sabía ver,
ni
hallaría lo que no lograba
buscar
desde su única verdad...
Y
luego falleció el personaje
que
inventó el amor sobre el amor,
y
amanecí envuelta en mi ser,
descubriendo
que yo soy la flor
que
da su aroma, que da su vida,
la
flor que en mi jardín más brilla,
la
flor que sólo ve aquel que mira,
la
flor que ama sólo quien sabe amarla,
la
flor que ya no busca, ni espera,
sólo
se ilumina al sentirse viva,
la
flor que ya no llora, ni se lastima,
la
flor que ha florecido para existir,
sin
ser lágrima, para ser rima,
la
flor que todo ama, que a todo estima,
la
flor que acepta que sola
puede
ser libre completa,
porque
ama sin condición, sin prisa,
porque
ofrece amor sin devolución,
porque
es pura y precisa,
porque
esa es su rendición,
la
de ser amor aunque tú,
rey
del jardín de mis risas,
ni
me ames, ni me elijas...
Arael
Líntley
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