martes, 25 de noviembre de 2014

DANZÁNDOTE

Serpenteante como ondas de fulgor azul marino, que se deslizan entrelazadas con el viento, con la brisa blanca de la mañana, amanecida entre la niebla dorada de la luz que te acompaña, te danzas, para elevar hasta el cielo en cada gesto sutil que se te escapa, natural, bello, todo aquello que derramas con tus manos, entre tus dedos, gotas de esencia, lanzadas desde el amor que reluce en el centro de tu pecho...

Diosa de odas, de palabras sentidas y no expresadas, de oscilantes movimientos que se desnudan entre la bruma, tras el espejismo de un mundo desconcertante, palpitante y sugestivo balanceo, lloras tu voz para bailarla, meces tu pena y la conviertes en contento, en el influjo más puro y sereno de tu destino incierto...

Enredada en infortunios, te derrites ante la muerte de los complejos, para alzarte y erigirte de nuevo, para otorgarte el deleite de la valentía, de la fuerza y de un triunfo oportuno. Besas tu alma cuando la herida quema, amas tu gracia cuando el equívoco te frena, pules tus miedos pues bajo éstos se oculta el diamante que anhelas...



Vestigio de poemas, de loas, del verbo impoluto de tu corazón embebido en un camino de recelos, lánguido pesar que se apodera de tu cuerpo, mas en la danza se pierde el fantasma del esperpento, mal consejero que atesora tan sólo momentos austeros, de los que te deshaces para ascender y volar libre sobre ti misma, sobre tus peores desvelos...

Dánzate, niña de cabello negro, sincera y cauta, flameante y completa, viajante de tiempos, guerrera dulce de lálpiceros inquietos, cuadernos de mil versos compuestos, alma de paso firme e imperfecto, de sombras de luz, de ojos que observan al mundo para darse por entero...

Dánzate así, como tú sientes que debes hacerlo, fluctuante, sonrisa que se dibuja en las marcas de tu piel cuando comprendes que todo está en su esplendor, que todo es perfecto...

Orilla de los desalientos, brilla para guiar la ofuscación de quien no ve cuando se regala al dudoso sendero, vereda de piedras y enredos, oscuros parajes que, siendo falacia, parecen acierto...

Sinuosa llama que enciendes tu danza mientras nadie te mira, sonríe cierta, ama en la libertad de quien por amar se contenta, sé la realidad que en tu interior se manifiesta...

Arael Líntley

sábado, 22 de noviembre de 2014

REGRESAR A MÍ


Ávida de sentir la plenitud de la esencia que recorre mi cuerpo, salí de él para buscar lo que creía que podía completar mi camino.
He surcado mares, he saltado abismos, he volado libre con mis alas desplegadas, cautelosa para que el viento no se percatara de mi invasión en la miríada de su reino, donde bellas sílfides guiaban mi grato ascenso en aquella travesía afortunada.

He soñado sublime alcanzando la cima de mis anhelos, rozando la alegría del momento embriagador que supuso desnudarme de lo que inventé para jugar en el campo de los espejos.
He sido universo, despojada de la mentira, de la alucinación producida por el encantamiento de las verdades ilusorias, desprendiéndome del dolor, de la cúspide de mis lamentos, para ser una nueva versión humana de lo que había estado siendo, para ser más alma y menos pensamiento, para ser más amor y menos sufrimiento, desterrando el miedo.

Volé y volé, soñé y soñé, busqué y busqué, y sin saberlo, en un instante equivocado, me alejé de todo lo que estaba persiguiendo.

Y es que en el paso de mis ensueños, en el cruce de los mundos de la materia y de lo etérico, se me extravió la esperanza en un desencuentro. La confianza se derramó entre mis dedos como agua volátil, como verso sin principio, como hoja oscilante entre ráfagas de huidizas brisas que me apartan de lo que mi corazón escribe en un papel de dulces canciones, que fueron dictadas por el amor que me tiñe de poemas, me cubre de flores y me pinta la voz con el tono del edén que vive en mí porque en él mil veces he renacido.

Sin la fe que se ungía en mi pecho, sanando cada rasguño que al caer en mi corazón se hundía en lo más profundo de mi amor impoluto, la triste afección de mi alma se hacía presente sin que me diera cuenta, lenta, indeleble, dispuesta a destruirme.

Y como ángel caído sobre el mar del desconsuelo, del esperpento, del desasosiego, compungido y pereciendo, levanté la mirada y me observé ajena a mí centro, en la extraña lejanía de lo que había estado siguiendo.


Regresé, volví a mi propio universo, para lograr que el amor fuera mi brújula de nuevo, para que en mis lágrimas ya no hubiera más el desencanto. Ante mi infección por la mezquindad de lo austero, del equívoco por el desierto voraz que imaginé para atravesarlo luchando por amar en un lugar insincero, me erigí de nuevo, para no ser dañada más tiempo por la cruel y extrema condición de la desértica bruma de mis pensamientos, dunas y sol, frío en la noche en la que se regocijaba mi ego.

Regreso a mi templo...para ser la diosa que fui, creada por amor hacia mi presencia en alguno de mis cuentos...

Y es que me perdí buscándome en un paraíso yermo, en la aventura de hallar de nuevo al dios divino que quebró mi desolado llanto, fúlgido inventor de mis estimados versos, que amanece en mis besos y caricias silenciosas que se me escapan en el tiempo, enclave eterno de mi esencia completa, corazón unido a mis latidos que lo atesoran y lo cuidan, deidad que duerme en la mendacidad de un mundo abrupto, escarpado, inaccesible para un ángel destronado y olvidado.

Hoy, tras hundir mis ojos en la falacia de las realidades que ante mí se imponen sin reservas, veo mi derrota, me rindo, entrego mi miedo a los avatares que me acompañan, reniego de ser sometida a los designios de mi ego, me elevo, me enfrento al fuego, al hielo, al trueno, soy más fuerte porque ahora, con mis alas mojadas, también vuelo.

Y en el olvido seré recordada, y en la muerte, seré renacida, y en mi pérdida, seré recuperada, y en mi partida, seré la diosa que por fin regresa a salvarse de su propia guerra, urdida para aprender a ser una mujer liberada, un alma libre que vive como una humana, poder de la feminidad de la fuerza energética que en mi corazón se despierta para alcanzar la nueva humanidad creada.

Arael Líntley

viernes, 21 de noviembre de 2014

DESENCANTO

Corroídos por las lágrimas de la esperanza herida, sus ojos se cerraban ante el presagio de la inminente noche que la acechaba. Como pétalos humedecidos, se se desmayaban sigilosos los párpados cansados sobre sus pupilas vencidas.
Y las imágenes de sueños e ilusiones se iban formando entre sus pensamientos conscientes, que se alejaban de su mente para dar paso al ensueño, ese espacio del no tiempo que se elevaba ante ella cuando su cuerpo se entregaba a los etéricos mundos de morfeo.

Sucumbiendo al efecto de la fantasía perenne de sus anhelos, se adentró en el paraíso descalza, sin las vestiduras de su ego, de sus experiencias vividas, sola, con su alma desnuda, dispuesta a sentir, aunque evadida y oculta de la realidad que otros habían inventado para que muchos la creyeran verdaderamente real.

Allí, entre las flores, sentada bajo la luz de las estrellas que relucían en un cielo púrpura y dorado, se convirtió en semilla.

Y germinó en los campos del amor, para ser por fin una galaxia sembrada en un jardín de estrellas florales, planetas de perlas esculpidas y orquídeas.
Dispuesta a crecer y a confiar, y arraigada a su nueva condición de experiencia de vida, se olvidó de la esperanza que sintió en su corazón un día, en otro lugar ya relegado a un pretérito que no le pertenecía.
 
Insignificante mentira la que se reconocía cuando sus pétalos se abrían enamorados de la vida, esquiva verdad que se dormía en sus raíces en la tierra sumergidas.

Y al conocerse y saberse, siendo consciente de su existencia, giró en espiral hasta desapegarse de sus miedos, para huirse, para regresarse a sí misma de nuevo, para no reflejarse más en los resquicios de la manifestación terráquea de sus versos.



Poemas subyacentes en cada canción del alma de su esencia de flor de primavera, aquella de antaño ya olvidada que nació sonriente, mas apesadumbrada por la carga del dolor pasado.

Boicoteando sus principios de amarse para siempre, se rindió ante su propia desidia y disparó la bala del desencanto para morir sobre sí misma en un sueño siempre deseado.

No despertará la princesa con un beso apasionado, nadie ungirá su pena con el bálsamo de una nueva promesa, el eterno sosiego de lo intangible se mecerá en su alma para recordar junto a ella que el amor puede existir entre dos mundos opuestos que vibran al unísono.

Arael Líntley

miércoles, 19 de noviembre de 2014

AHORA

Ahora que ya no soy,
entre la niebla de mi desidia,
me despido de tu voz,
salgo a volar,
soltando amarras
para dibujar mi nueva vida...

Ahora que ya no eres,
sólo sé que soy amor
que nada en aguas
para naufragar,
al saber que no me amas
para llorar por este error...

Ahora que ya no somos,
me levanto de mi muerte,
me desprendo de la rabia,
renazco para amar,
sacudiendo mis alas
para alcanzar mi presente...

Ahora que soy lo que soy,
ya nada me duele,
nada me pertenece,
sólo esta flor,
la que siempre he sido,
la que en la noche florece...



Ahora que tú eres tú,
bésame y olvida los besos
que te alejaron de mí,
de tu alma,
de la promesa de amor
que nació de mil destellos...

Ahora que todo está en su lugar,
ya no tengo más miedo,
te busco, te encuentro,
te veo,
y al instante puedo amar
todo lo que yo anhelo...

Ahora que te recuerdo,
ya no hay más misterio,
venero tu historia entera,
la respeto,
mas soy sólo un silencio
fugaz que ya no espera...

Ahora, mi dulce amor,
te abrazo con todo mi fuego,
mientras camino hacia
otro lugar,
donde no sufra el ego,
donde sea sólo magia,
donde exista el desapego...

Arael Líntley